El pasado 6 de enero, Paolo di Canio causó cierta sensación (sobre todo, en el extranjero) al saludar a la manera fascista, brazo en alto y ojos desencajados, a los tifosi de su equipo, el Lazio, durante la turbulenta conclusión de un derby frente al Roma. Poco después, Di Canio, gran admirador de Mussolini, fue multado por ese gesto con 10.000 euros. Y, aunque ese dinero vendría a equivaler al gasto anual en revisiones de su Ferrari azul, varios dirigentes de uno de los principales partidos italianos, Alianza Nacional, se ofrecieron a organizar una colecta para que Di Canio no tuviera que desembolsar un céntimo «por hacer algo perfectamente honorable».
Para aclarar un poco estos fenómenos, acaso desconcertantes para el observador, puede ser útil hablar de Daniela di Sotto.