Podríamos contar que el Juventus no ha ganado ninguno de sus últimos cinco partidos. La Vieja Señora se mantiene al frente de la tabla desde principios de la pasada temporada, pero sus 15 puntos de ventaja se han quedado en 3 a falta de tres encuentros para el final de la Liga. Un defensor competente como Cannavaro se ha visto reducido a la condición de agresor -la semana anterior dislocó una clavícula y el sábado rompió una tibia-, el loado Ibrahimovic arrastra dos pies cuadrados, Emerson sufre de pubalgia, Vieira padece una astenia, Zebina y Zambrotta juegan sonánbulos… Fabio Capello ha fundido por enésima vez un equipo y los diez millones de seguidores viven horas de aflicción. El Juventus más arrogante de la era contemporánea se arriesga a quedarse sin un scudetto que daba ya por liquidado.
Si habláramos del Juventus, nos atendríamos a la segunda acepción que el diccionario da al término «deporte»: «Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas». Preferimos, sin embargo, la primera definición, la que deja de lado entrenamientos, sujeciones y normas: «Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre». Y hablamos de un hombre que, inevitablemente, soporta mal a la Vieja Señora. «Los débiles carecen de representación en la tierra. Por eso he detestado siempre al Juventus. Para mí, ganar era un accidente», dice ese hombre; «para el Juventus es una condena».