El padre de Alberto Gilardino pensó que el niño estaba predestinado. Nació el 5 de julio de 1982 y a la misma hora en que Paolo Rossi marcaba el tercero de sus goles y daba a Italia una inolvidable victoria sobre Brasil. El tiempo vino a dar la razón al señor Gilardino, pero poco a poco, porque Alberto no fue un fenómeno como futbolista adolescente. Se hizo profesional a los 17 años y en su primera temporada, con el Piacenza, anotó tres tantos; tuvo un paso discreto por el Helias Verona, con cinco goles en dos campañas, y su llegada al Parma, en 2002, proporcionó una modesta renta de cuatro en 24 partidos. El curso pasado reventó las costuras: 23 goles. Es, con Cassano, lo más prometedor del calcio y el Milan parece tener ya apalabrada su incorporación dentro de unos meses. Ayer, con 17 tantos en su cuenta y con el Parma en situación muy apurada, saltó al césped para disputar un encuentro decisivo contra el Livorno. E hizo algo extraordinario.
El padre de Cristiano Lucarelli, sindicalista portuario, no esperaba nada especial del niño. Sólo, que no diera la lata por las noches -el matrimonio y los dos hijos dormían en la misma habitación porque las otras eran para los abuelos y los tíos- y que, como él mismo, fuera fiel al Livorno hasta la muerte. Cristiano tuvo hambre de balón desde pequeño y en 1993, a los 17 años, convertido en un delantero gigantón y voluntarioso, inició una carrera profesional errática y con pocos momentos de gloria. Pasó por el Perugia, el Cosenza, el Padua, el Atalanta, el Valencia, el Lecce y el Torino y en 2002, harto de vagabundear, decidió que antes de jubilarse debía cumplir el sueño de su vida y llevar su Livorno, el club comunista del calcio, hasta la Primera División. Rechazó el millón de euros al año que le ofrecía el Torino y se quedó con los 500.000 que podía pagarle el Livorno, eligió la camiseta con el número 99, el año de la fundación de su peña, las Brigadas Autónomas Livornesas, y se puso a ello. Consiguió el ascenso y, obviamente, la condición de héroe local. Ayer, con 16 tantos anotados esta temporada y con el Livorno en la zona cómoda de la clasificación, Lucarelli no se jugaba más que el honor y un pulso personal con Gilardino. E hizo algo extraordinario.
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